Pic: Manhattan, NY 2010
Sorpresa. Por la mañana me llegó un e mail. Todo un "no sos vos, soy yo" con otras palabras. Te cagaría a patadas en el orto, contesté derrochando clase.
Por la Noche de los Museos quise llevar al futuro marido de mi mejor amigo, para que vaya absorbiendo la cultura de su futuro país adoptivo. El espectacular modelo profesional oriundo de Montana, vio la cola del primero de la lista y me reveló sus intenciones de beber, dado que mi amigo es casi abstemio, yo era la compañía ideal.
Aparcamos el amor al arte y fuimos a un bar a la vuelta de casa.
Sorpresa. El barman es un tremendísimo mulato que deja estela de fuego. Al minuto estaban de risitas y bromitas en inglés. Ya los veía tapa de revista. Ya me veía teniendo que cortar la onda en pos de los intereses de mi amigo ausente.
Sorpresa. Los mojitos estaban increíbles, bajo precio, alta calidad. El bar que parecía una cueva desde fuera resultó de lo más cálido y cosmopolita. Bebimos, reímos, tejimos. Nunca había sido tan fácil.
Se dio que fuéramos alegres y urgentes para casa. De repente tuve que arreglar mi casa, y la casa de mi alma, sin falta, así fuera lo último que hiciera. Picamos algo, bebimos algo, fumamos algo.
Más tarde fuimos a por mi amigo, era su última noche de trabajo en el restaurant mala onda. Quisimos robar dos vinos, sólo ellos se llevaron uno, y me volví caminando sola a casa.
Sorpresa. Llamó.
Sorpresa. El barman de fuego no ronca.